martes, 25 de octubre de 2011

EL VERDADERO AMOR ESPERA por Belén Jiménez






No sé cómo empezar a escribir sobre ellos, porque nada logra expresar lo que veo y siento cuando están juntos. Años y años compartidos, dolores llorados y alegrías bien vividas. El tiempo marca sus caras y diferentes sentimientos se dejan ver en sus ojos.
En él, en su bello rostro angelical, puede verse la incertidumbre de un niño, puede verse como muere en una niñez eterna.
En ella, en su duro rostro marcado por el dolor, puede verse la esperanza de que algún día su esposo vuelva a ser el mismo, quien la ama con locura y no este loco niño que la olvidó por una enfermedad que ni siquiera puede nombrar.
Allí está, sentado, mirando hacia la nada, pensando, aunque tal vez hasta eso olvidó. Y a su lado, como esposa fiel, ella lo vigila, aunque todos sabemos que lo único que hace es esperar que la recuerde; que recuerde todos los años compartidos, que logre reconocer esos bellos hijos que ambos educaron. Espera que vuelva, que por un milagro se cure esa mente perdida en un laberinto sin retorno.
No he dejado de admirar, ni un solo día, ese amor tan profundo que surgió de ella y que aún puede verse en lo más profundo de sus ojos. En su mirada se refleja la protección con que ella lo observa y en la cercanía con la que él le corresponde, aunque no recuerde dónde está. Como si ella fuera su timón, su luz en los momentos de oscuridad, su estrella, porque aunque no la reconozca o no logre verla, sabe que está ahí, sosteniéndolo, cuidándolo y protegiéndolo de todo el mal que podría dañarlo.
Dichoso de aquel que logre un amor así, tan duro y fuerte que nadie ni nada puede separar, pero tan leal y atónito que deja asombrado a cualquier espectador. Como dicen por ahí: “El verdadero amor espera”.

PARTICIPA DEL CONCURSO LITERARIO 2011 DE LA SADE

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