viernes, 10 de agosto de 2012

Señora ¿Me da la pelota? Por Daniela Amorós y Romina Velazco



                Pablo era un buen chico. Pero la vecina no opinaba lo mismo. Claro había mucha diferencia de edad: Pablo tenía 10 años y la vecina 50.
                A Pablo le gustaba jugar a la pelota. A la vecina no. Cuando volvía del colegio, después de hacer los deberes, el chico subía a la terraza de su casa y se ponía a patear contra la pared. De esta manera la pared se convertía en un arco y Pablo y se convertía en Maradona.
                A veces el murito lo atajaba  o rebotaba y la pelota caía en la casa de la vecina. La vecina gritaba como Lorenzo cuando va perdiendo.
                Entonces agarraba la pelota, se la llevaba a su cuarto y cuando Pablo bajaba para pedírsela sacaba la tarjeta roja de toda su rabia y lo expulsaba de su casa.
-Señora, ¿Me da la pelota?- Dijo Pablo.
-ya te dije que soy señorita-dijo la vecina- y no te doy nada. Me rompiste una planta con tu pelota, me golpeaste la cabeza y ensuciaste la pared. ¡NO TE DOY NADA! (grito)
Normalmente pasaba varias semanas hasta que la vecina decidía devolvérsela.  Porque a decir verdad al final se las devolvía.
Con tantas maldiciones y gritos todo era un martirio.
A demás Pablo debía escuchar los reproches de su padre, quien era muy educado y respetuoso. Él le había advertido muchas veces que tuviera cuidado con la pelota y más con la vecina.
Un día la pared rechazo violentamente la pelota y fue a parar a la tribuna, o sea al patio de la vecina. Justo cuando esta se había sentado en el jardín a tomar el té. La pelota cayó sobre pasto, como siempre. Pero ella como de costumbre mintió: -me golpeaste en la cabeza y rompiste mi planta. Ahora no te la devuelvo más. Y escondió la pelota.
-Que chico mal educado- siguió murmurando la vecina.
Esa noche la vecina no podía dormir había quedado muy enojada con Pablo y no lograba conciliar el sueño.
 –No se la devuelvo más- decía. La pelota estaba allí, en el piso.
Luego de un largo rato en que la vecina se quedó mirando la pelota, le dio un poco de intriga el saber cómo se jugaba. Se levantó de la cama, tomó la pelota y comenzó a pegarle patadas. La vecina no sabía jugar muy bien, pero al menos lograba distraerse y salir de esa rutina de ser la vecina idiota, la cual todo le molestaba. Y fue así como jugó con la pelota toda la noche.
A la mañana siguiente, calladita, dejó la pelota en la casa de Pablo. Cuando el niño volvió de la escuela, aunque se sorprendió, no pensó mucho en el asunto y subió a la terraza a jugar contra la pared.
Vio a la vecina que lo espiaba desde el jardín. En la noche dejó de patear e inmediatamente se oyó la voz de la vecina:
-Nene, ¿Teminaste de jugar?
-si, ¿Por qué?- Preguntó Pablo.
-Entonces ¿me prestás la pelota?

Daniela Amorós y Romina Velazco 

4 comentarios:

Silvia dijo...

La versión de Clemente es inmejorable, me parece una falta de respeto toquetear para degradar la calidad literaria del original. Los chicos entienden. Podemos aggiornar sin destruir el esfuerzo artistico del escritor.

Unknown dijo...

aún recuerdo que leí en la primaria de mi escuela rural 437 en colonia delicia km 33
y había una parte donde hacia comparaciones de la señora con gatti fillol y tarantini y no sabía quienes eran. infancia perfecta

Joseph dijo...

Recuerdo de infancia...pasaron muchos años y todavía me acuerdo como empieza
..tenía en el libro Santillana.

Unknown dijo...

Que hermoso recuerdo.. ame siempre este cuento.. gracias!!