En mi memoria me visitan
recuerdos de un tiempo pasado que viví de pequeño y quisiera no olvidarlo
jamás.
Sucedió en la provincia de
córdoba en un pueblo muy chico, humilde, sencillo, llamado General Cabrera
donde nací y tuve mi infancia feliz, de campo. Allí conformábamos mi familia
pequeña. Mi padre, un hombre trabajador, cultivaba sus tierras, criaba ganado,
cosechabas grandes hectáreas de viñedos y aceitunas, bajo la firma de Augusto
gil. Mi madre María Pérez, una mujer dedicada a su familia, que también
colaboraba en el campo. Y yo un pequeño joven que me divertía ayudando a mis
padres.
Pero esta tranquilidad un día se
terminó, porque llegaron al pueblo nuevos vecinos extranjeros, en busca de una
propiedad. En realidad lo que querían eran campos, y uno de sus favoritos era
Pura Sangre, el campo de mi padre.
Recuerdo que se originaron varios
enfrentamientos entre mi padre y esa gente extranjera, que cada día que pasaba
lo manipulaban por las tierras, que querían comprarlo por unas pocas monedas.
Mi padre un hombre astuto, ágil,
no llegó a ningún acuerdo y tomó la decisión de no vender, y menos por unas pocas
monedas. Prefería conservar sus tierras, ya que en ella estaba su historia, su
vida. No era un hombre materialista no le interesaba el dinero, recuerdo una de
sus frases que decía “Ningún precio puede tener mi campo”.
Pasó un tiempo y esta gente
regresa en busca de venganza y para tramar una trampa a mi padre. Prendieron
fuego su camioneta, con el único fin de culparlo.
Fue un escándalo, mi padre fue
llevado a la justicia y declarado culpable del perverso episodio, por lo tanto
permaneció en la cárcel y acusa de lo sucedido perdimos el campo, vendiéndolo a
esa gente mafiosa, para poder sacar a mi padre de la cárcel.
Hoy vivimos en San Rafael,
Mendoza y recordando siempre en nuestra memoria aquel campo de “Pura Sangre”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario