martes, 5 de octubre de 2010

9 DE ABRIL Belén Jimenéz



Sus bellos ojos me miraban, me sonreía cada mañana alegrando mi vida. Era el ser más magnífico de la creación, aquél que no supe valorar cuando lo tenía, aquel que ya no me sonríe porque sus labios están sellados, sus ojos ya no miran porque duermen en un sueño eterno.
Sucedió tan pronto, que mi alma no podía aceptarlo, su imagen se esfumó de una manera que no puedo explicar. Mi madre realizó un viaje sin vuelta. Fue un 9 de abril, cuando el destino se la llevó a Laura y después nada fue igual...
Comencé a vivir con Antonieta y Marcelo, mis abuelos maternos. Al menos allí el recuerdo de mi madre no estaba tan latente. Todos sabíamos que no sería fácil, pero jamás imaginamos cuán duro terminaría siendo.
Al principio todo parecía normal, Andrea David y yo viviríamos allí, mientras Martín y mi padre seguían viviendo en nuestra antigua casa, trabajando. Pero mis abuelos comenzaron a comportarse de una manera extraña, al poco tiempo de mudarnos. Su manera de hablarnos sobre mi padre comenzó a ser diferente, con sus duras palabras nos daban a entender que él era el culpable de la muerte de Laura. Pero cuando mi padre llegaba, su actitud volvía a cambiar. Entonces comprendí lo que ellos querían: quedarse con nosotros porque mi padre era un estorbo para ellos.
David y yo no cedíamos ante sus intentos de persuasión, pero Andrea pronto cayó ante ellos y despreció a mi padre. Para mí era imposible creer que él fuera capaz de cometer un delito así. de quitarle a sus hijos al ser que les daba sentido a sus vidas. Él la amaba y estaba convencido de ello.
Luego comenzaron las torturas, ya que no cedíamos por las buenas, intentarían por las malas. Recibíamos palizas, duchas de agua fría en pleno invierno, golpes con el cinturón, bofetadas y muchos golpes más, de los cuales mi padre no se enteraba y no podía enterarse, porque el castigo sería aún peor. Aunque realmente cada golpe no significaba nada, era un simple dolor físico comparado con la pena que carga mi alma. Era un simple moretón que desaparecería en unos días, comparado con la pérdida que me perseguiría por siempre...
Cuando mi padre se enteró, volvimos a casa, donde aún quedaba el recuerdo de mamá, donde aún se olía su perfume. Muchas de sus cosas se quedaron en la casa de mis abuelos, las cuales jamás recuperamos, solo fotos mantenían vivos los recuerdos de su rostro.
Pero Antonela y Marcelo no descansarían hasta lograr quedarse con nosotros. Intentaban culpar a mi padre del fallecimiento de mamá, con la diferencia de que ahora recurrieron a la justicia e intentaron lo imperdonable. Pidieron que se le realizara una autopsia al cuerpo de Laura, aún después de su muerte, no la dejarían en paz.
Los resultados de la autopsia demostraron la inocencia de mi padre, dejando así a mis abuelos sin la mínima oportunidad de conseguir su objetivo y logrando el rencor del único recuerdo vivo de su hija: sus nietos.
Mi madre al fin podría descansar tranquila. Aún hoy cada recuerdo vive en mi mente como si todo hubiese ocurrido ayer. A pesar del tiempo, no he dejado de extrañarla, de necesitarla cada instante, no he dejado de imaginar cada momento que le faltó vivir. Muchos la tienen y no ven cuanto vale, se enojan y no la cuidan como deberían. Y yo aquí, necesitándola, para que me abrace cuando el dolor del amor llegue a mi vida, para que me rete y me haga reconocer mis errores, para ser mi guía y levantarme ante cada caída. Para estar allí ante todo. Aún no logro comprender aquellos que desean verla lejos, sin saber lo esencial que es una madre en nuestras vidas, porque es ella quien ya estuvo en “nuestros zapatos”, ella vivió la adolescencia y quién mejor que ella para guiarnos en nuestro destino.
Aún, a pesar del dolor y las angustias que les provocamos, nuestra madre sigue allí, de pie, junto a nosotros para darnos apoyo. Pero para muchos ella ya no está.
Aquellos que tienen a su mamá, cuídenla y devuélvanle aún más amor del que ella les brinda, sin esperar algo a cambio.
Y aquella que solo tiene su recuerdo, jamás la olviden, no dejen de amarla, que donde quiera que Dios la tenga, los estará cuidando...

Belén Jiménez

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